lunes, 4 de agosto de 2008

Un guantazo a tiempo vacuna contra la futura estupidez

Estaba yo ensimismado en la lectura de "Corsarios de Levante" (de la saga del Capitán Alatriste de Pérez Reverte, cada vez me gusta más este tipo...) espalda contra el muro, bañador medio mojado tras un fugaz baño, despreocupado de ciertas obligaciones que luego me saturarán (parece que empieza a personificarse en mí el "vuelva usted mañana" de Larra) cuando he alzado la mirada ante las voces de una señora. La señora pedía a sus hijas, un par de gemelas de unos tres o cuatro años, que salieran del agua porque era la hora de subirse a comer. Las niñas pasaban de ella completamente y seguían a lo suyo. Es más, se acercaban y cuando ya las tenía a tiro para cogerlas realizaban una eficaz maniobra para escapar de los brazos de la madre que ya quisieran para sí los enanos del bombero torero. Dejé para luego la lectura y quise ver hasta que punto llegaba la paciencia de la madre. Ante mi asombro pasaban los minutos y las niñas erre que erre, la madre llama que te llama pero sin perder nunca la paciencia. Tras unos veinte minutos la madre opta por entrar en la piscina moviendo cachas a la captura de las rufianas. Saca a una, va a por la otra y mientras la primera vuelve a la piscina. Al final tras repetir la operación unas cuantas veces con cada vez un mayor público pendiente consigue el objetivo y la familia feliz se sube a casita a comer. Lástima que el potaje se les fuera a la mierda por no conseguir sacarlas antes. Y lástima de esas niñas que desconocen (y desconocerán) lo que es la autoridad y a las que una buena torta en el debido momento hubiera sido sinónimo de un futuro algo más prometedor...

P.D: Después del esfuerzo de la madre, a los diez minutos, bajó el padre con las tres niñas a darse un nuevo chapuzón. Esta vez no me quedé a ver la escena...

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